Me he visto enzarzado en otra discusión en las redes sociales sobre moralidad y ética. Discusión que nace muerta, porque no había ni por dónde iniciar debate alguno. Y me lo pregunto: ¿qué es lo que mueve al religioso que se cree en posesión absoluta del estandarte de la Verdad Suprema y de las costumbres necesarias para la correcta convivencia?
Y no lo parece: no parece que Gödel haya demostrado el teorema de la incompletitud, teorema que relega la existencia de Dios en donde Gustavo Bueno explicó perfectamente que se ubicaba. Esto es, en cuanto a la necesidad moral de él, se colocaría en el pasado, con todo lo muerto - siempre y cuando no lo combinemos con el presente, lo que existe; y ni mucho menos con nuestras aspiraciones de futuro, donde estorba.
Allá donde está Dios no cabe vida posible, y donde está el deseo de Dios no cabe más deseo que el suyo propio. Algo tan perfecto no cabe salvo con lo muerto.
Pero esto lo explicas esperando refutación y no la encontrarás. Es imposible. Bueno hacía tres distinciones ontológicas que yo simplifico en mi ignorancia en tres tiempos: pasado, presente y futuro; lo que fue, lo que existe y lo que se pretende. La verdad está perfectamente ubicada con los teoremas dentro del pasado, nuestras experiencias se ubican con todo lo susceptible de poder verse ya que existe y nuestras intenciones así como lo volitivo es irrefutable, como impalpable, en otra clase de escala.
Mezclar esos tres tipos de afirmaciones es lo que quiebra el lenguaje, la razón..., o cualquier clase de teoría mínimamente consecuente.
Y es que ese era el tema que quería tratar: el ser consecuentes. Ser consecuentes es algo propio de quien se vale de la ética, pero no de los que se valen de una moralidad. La moralidad sólo es susceptible de ser replicada, copiada, pero no es consecuente - no es coherente. Podemos decir que alguien actúa bajo unos preceptos morales porque encaja o se correlaciona con comportamientos específicos. Sin embargo la estadística no es consecuente ni coherente. La coherencia es un problema de lógica, bien pudiera ser lógica circunstancial, de donde extraeríamos la lógica deóntica que podría modelar una analogía a cómo funciona la ética.
Nos vale los estudios de Kripke para entender cómo funciona la ética: primero tenemos un marco que estructura un conjunto de modelos. Y después el modelo es la capacidad que se tiene para razonar las ideas oportunas. En la medida de que el marco no sea lo suficientemente complejo es posible que los modelos no alcancen la suficiente relevancia para albergar todos los rasgos de inferencia necesarios para emitir razonamientos completos.
No hay ser humano cuya capacidad para razonar alcance hasta los últimos límites del raciocinio. Y esto es como decir no que no hay ser humano cuya capacidad para calcular sobrepase las espectativas de quien pregunte o que no hay ser humano al que cualquier pregunta de si una afirmación del álgebra es teorema no le haga dudar. Es decir, es trivialmente reconocible la limitación de cualquier criatura racional para inferir todos los comportamientos racionales que le sean relevantes.
Es por ello que la ética tiene un papel importante de cara a la coherencia, pero no tanto de la relevancia - pues necesita un criterio comparativo que le ayude a comprender que esos esquemas son suficientemente relevantes. Lo mismo pasa con la máquina de Turing, o la notación de Church, a la hora de establecer la completitud de la misma: y es la sencillez de sus lenguajes y la flexibilidad para transformarse los unos en los otros los que ofrecen el contraste necesario para dar fe de la validez de la tesis en cuestión.
Así, si decimos que la carta de los Derechos Humanos puede ser un marco ético suficientemente relevante antes necesitaremos otras civilizaciones que se valgan de otras cartas para poder comparar en su sencillez las coincidencias. O, por lo menos, que toda cultura que se arrogue en cuestionar tales derechos disponga del mismo consenso que validó a la anterior versión.
Es así como podríamos valernos de los marcos necesarios para cuestionarlos con la suficiente vehemencia como para que podamos ser consecuentes dentro de su ámbito sin miedo a no ofrecer resoluciones relevantes.
Bertrand Russell nos propuso una solución al problema de la incompletitud de los sistemas lógicos, de la ética, del papel de la ciencia... La idea consistiría en valernos de un sistema de categorías. De esa manera ante una supuesta contradicción entre dos derechos fundamentales siempre se podría categorizar para entender que en realidad tales conceptos debían estudiarse con sus correspondientes matices.
Por ejemplo, si parece haber contradicción entre la presunción de inocencia y el deber del estado para vigilar que no haya discriminación en su país, sólo habría que categorizar que la presunción de inocencia se aplicaría exclusivamente en un juicio por lo penal acusado desde el estado y, por tanto, no podría alegar un jefe de estado su inocencia a la hora de actuar con falta de trasparencia porque, al menos en lo que se refiere a ese derecho, no sería aplicable.
Ese poder de categorización es algo que sólo funciona con la lógica, la ética..., pero no con la moralidad. Si leemos en la Biblia que tuvo mala suerte un padre porque tenía que matar a su hija para defender su honor ante sus vecinos ya que fue violada por su huesped, entendemos que hay una ley superior al hombre y a su familia que le obliga a asesinar a sus propios hijos en el mismo instante en el que uno de ellos sea violado. Pero claro, ¿bajo qué premisas? ¿Cuando quien fue violado era mujer? ¿Sólo porque el violador fue invitado a dormir una noche para que no muriera en el desierto? ¿Bajo qué premisas se entiende que está obligado el anfitrión a matar a su propio vástago? En ausencia de toda lógica no es posible encontrar manera alguna de dar con ser consecuente: la defensa de la moralidad sólo puede replicarse, pero nunca es consecuente.
Cuando defendemos la ética observamos principios que se vuelven universales, dentro de sus correspondientes categorías inefables. Es por ejemplo la idea de: ¿quién debe virar un inmigrante en un flotador o la flota de la marina de los EEUU en misión incompatible con hacerle un rescate? La ética está clara sobre quién debe virar, pero la moralidad nos dice que muy probablemente prevalezca la fachada y el absurdo. Como el chiste del gallego que pidió a la flota de los EEUU que virase porque ellos disponían de una embarcación de alta eslora y corrían el riesgo de no poder maniobrar ante un inminente cruce - la gracia de pensar que la flota no giraría por un pesquero, otra cosa es que fuera advertidos desde un faro.
Pero es demasiado obvio: un atleta que se mueve con flexibilidad y soltura tropieza con un tullido que ocupa como dos aceras con sus muletas ¿Acaso la ética prevee un debate sobre quién es responsable? No hay mayor absurdo. Y es que hay quien confunde la costumbre de ver a quien está más apalancado como si fuera más responsable de algo. Se confunde la ética con la envidia, que suele replicarse mucho con ideas morales bastante incivilizadas.
Es por ello que digo que es bastante habitual observar personas que no saben distinguir entre ética y moral. Creyendo que su ética lo abarca todo y que su moral es consecuente; cuando lo correcto es pensar que es justo lo contrario. Porque bien se puede valer nuestra ética de intentar usar como referente la moral para saber qué aspectos falta por pulir en nuestros esquemas lógicos. Y también debería de valerse la moral de esos performances que hacen los artistas para corroborar maneras diferentes de hacer sangrar a nuestros ojos sin que ello nos afecte a nuestros Principios.
Recuerdo a artistas sangrantes como las Pussy Riot, la líder llegó a hacer sexo con su novio en un museo ¿Hubo mensaje? Si es que sí entonces sirvió para desquebrajar los cimientos de una moralidad ortodoxa que le quiebra las patas al caballo de la ética con la que tenemos que convivir. Al fin y al cabo, ¿tan importante era mantener la honorabilidad de los padres de la líder de las Pussy Riot? ¿Debían matarla los ortodoxos por hacer esa clase de performance?
Para eso sirve.
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