jueves, 16 de abril de 2020

Ayer llovió y no me mojé

De vez en cuando pasa. Y cuando no pasa no lo comento, claro.

Ayer se puso a llover justo para cuando tenía que despertar. Una lluvia atronadora. Entonces, como es mi costumbre, mediodesayuné, me aseé y salí. Durante una hora estuve andando y ni una santa gota, salvo los charcos. Entonces pensé: "seguro que para cuando termine mi caminata se pone a llover". Y, efectivamente, fue estar a un par de minutos del hospital cuando sonó el primer trueno, cayeron unas cuantas gotas..., y me dio pereza como para abrir el paraguas. Para cuando estuve a resguardo empezó a llover de nuevo.

Este tipo de suerte me va a perseguir por toda mi vida de una manera o de otra: si quería saber si tenían pensado contratarme eso es porque llovería. Era como una especie de regla nemotécnica, pero que en ocasiones no podía saber hasta qué punto funcionaba. Digamos que..., en cierta manera, encajaba con las veces en las que hacía entrevistas.

La racionalidad nos dice que, obviamente, lo que comento es terriblemente sugestionador: la de veces que no habrá ocurrido como pienso y no las habré contabilizado. Es una forma de ver las cosas...

Como otra forma de ver las cosas son los síntomas del coronavirus: me he enterado hace poco de cada uno de los detalles, ya sea los síntomas en la punta de los pies, problemas respiratorios... El año en el que se encontraron nubes tipo "chemtrails" sobre Cartagena, o eso expuso uno en su blog (y yo no me fijé entonces), adquirí un síndrome respiratorio superfuerte con una tos seca que atravesó mi garganta hasta dejarme afónico durante alguna semana. Uno o dos años antes fue cuando me aparecieron esos gránulos negros dolorosos en la punta de los dedos de los pies.

Uno o dos años después apareció un coronavirus en el hospital donde trabajo, y recuerdo haber tenido fuertes jaquecas que me anulaban por completo. Quizá el verdadero coronavirus fue el del año pasado en mi hospital, que se llevó incluso a niños.

Pero claro, el de Wuhan es diferente. La sugestión podría darme a entender que ya he vivido todos esos síntomas, y sus combinaciones. Así como todos los cartageneros en general. Ya hemos tenido esos síntomas con "bichos" parecidos. Básicamente, es así como se forman las vacunas.

Algún gracioso dijo por Internet que la contaminación en Cartagena nos había hecho inmunes. Cuando en realidad allá donde ha devastado más el virus es en las ciudades más contaminadas - Cartagena, hoy por hoy, no lo es.

De ahí, la sugestión es un arma de doble filo: coges los síntomas y pretendes encontrar la enfermedad. Coges el paciente 0 y pretendes encontrar la causa, o la naturaleza de los síntomas. Pero, al mismo tiempo, la ciencia empírica es pura sugestión: su verdad intenta encajar con el modelo acordado, con lo que se especula ¿Qué pasará cuando nos encontremos una enfermedad que cuestione los cimientos de la medicina actual, no tanto los conocimientos de virus, sino los cimientos mismos?

La teoría de la evolución no explica satisfactoriamente la especiación, ni tampoco el nacimiento de la vida misma. Ontológicamente hablando lo muerto no puede generar vida. Y, claro, quizá la solución más sencilla es decir que todo está muerto, o que los azares pueden persistir y evolucionar gracias a la vida. Pero, francamente, son respuestas sencillas: no centran el debate en el cómo sino sólo en el porqué. Y si se centran en el porqué es porque a las religiones nunca les interesó el cómo.

No tenemos una explicación satisfactoria hasta que tengamos el puñetero cómo. Si digo que cuando salí de casa no se puso a llover hasta que le di permiso, el porqué está cubierto (hasta el punto de poder generar una conversación infinitamente larga y absurda), el problema está en el cómo.

El problema del cómo es la base de los argumentos que vinculan la verdad con la Verdad: aquello que experimentamos con aquello que entendemos. En el frontal preparamos una interfaz que sugestionará todo lo que vemos, y esta información quedará auditada de manera cruda en el occipital. Es posible que la realidad no sea tal cual, sino que sea condicionada por los tiempos (-j futuro, j pasado), de manera que se leerán en formato temporal o parietal. Así planteo mi álgebra.

Es interesante descubrir que la sugestión se enfrenta contra la disonancia cognitiva, siempre que no seamos víctimas de una disonancia cognitiva podremos vivir seguros dentro de nuestra sugestión. El error de la mayor parte de los filósofos es pensar que la verdad debe corresponder con algo que sea verdad: ¿cómo pueden saberlo? Es más, cuando leo sobre estos señores (de Fregue en adelante) no hay debate o discusión al respecto. El que más lo pudo discutir era Russell, el cual ninguneaba a los idealistas. Pero claro, si nuestra idea de idealismo la trae Hegel, que era un papanatas que no supera un tercer grado, pues no es de extrañar que el idealismo no progresara.

Con el fin de escribir un ensayo sobre moralidad, y cómo se cruza con la ética en las máquinas, me documenté con filósofos estadounidenses. Da la impresión de que en EEUU los únicos filósofos interesantes son los que han tratado estos temas, y otros pero que no salían del ámbito científico. Y, sin embargo, cuanto más famoso es el filósofo menos riguroso es. A excepción de Putnam o Chomsky principalmente, que suelen ser rigurosos y famosos a la vez. Claro que tampoco sé ahora mismo si son de EEUU o no.

Veo, por tanto, que hay aún una tendencia al antropocentrismo que sólo Russell pudo cuestionar implícitamente en sus textos. Que la solución al antropocentrismo sea una forma de idealismo, el principio antrópico, puede sonar chocante.

Cuando leo sobre las diferencias entre el implicador material del condicional algebraico siempre me quedo con las ganas de preguntarle al autor de cada fórmula el porqué; o más bien por qué ese cómo. Con el tiempo he podido comprender que le problema ni estaba en ellos ni estaba en mí, estaba en que aún no se tenía en la palestra el concepto clave necesario para entender cuándo una regla tiene legitimidad de ser material y cuándo no.

Y es que, sin un modelo físico, sin una Verdad, no se puede establecer principios o reglas físicas que contengan la materialidad. Pero ese planteamiento es el equivocado, y es que es muy fácil equivocarse cuando se tiene por objeto creerse poseedor de la Verdad.

Si yo puedo ver las cosas es porque uso un principio material que me brinda una causa. De alguna manera, hablamos de una doble influencia: la interna en oposición a la externa. Como pasa en las corrientes marinas: en la superficie el sentido es uno, y más profundamente al contrario.

Percibimos en base a una Verdad que genera verdades coherentes bajo un proceso de sugestión por una implicación material. Almacenamos en base a verdades coherentes que inducen a una Verdad sometida a una implicación lógica. Al final la factorización de tal verdad, su análisis, debe ser usado para la propia sugestión. Pero, en la medida de que no funcione ese proceso tendremos un acto miedo, que será más intenso cuanto más profundo - puede que se transforme en un mensaje de dolor o ira, si está asociado con lugares o estados pasados, de motivación del placer si está asociado con una reacción frontal urgente y superficial, de asco cuando la proyección de futuro desaparece dentro de lo temporal y de depresión o pena cuando es nuestra biblioteca la que se pierde.

La disonancia cognitiva es la que motiva el sentimiento. Pero éste sólo se dispara dependiendo de las coordenadas de la misma disonancia. Tampoco puedo saber exactamente cómo se dispara, porque estas cosas se tienen que demostrar con un muestrario lo suficientemente grande como para contrastar la teoría. Pero por el momento tengo múltiples álgebras candidatas que podrían funcionar muy bien.

Por eso mismo, puedo explicar el cómo de las cosas en cuanto sean pensadas. O, al menos, en principio. Y veo que este modelo me explica mejor las cosas que otros modelos, sobretodo si reconocemos las historias del occipital con los estereotipos, la del temporal con las ilusiones, el occipital con la pragmática y el frontal con la justificación. Es decir, podemos observar el tipo de diálogo o "pragmática de lenguaje" que tiene cada parte en este modelo.

El modelo que me planteo tiene muy poco que ver con los modelos computacionales o modulares que he visto hasta ahora. Todos esos esperan encontrar una motivación a cada parte del cerebro, o algo así. Lo que propongo de diferente es que la función que se desempeña depende del lugar relativo que ocupe el elemento: dentro, fuera; frente, detrás, arriba, abajo.

Nunca se ha programado un transformer bajo estos esquemas, de eso estoy seguro.

Es decir, hay mucho por investigar - y hay muchos textos a los que puedo contradecir más o menos de manera sencilla por su poca representatividad. Y, claro, tan pronto como encuentre mecanismos para responder preguntas, pasará lo de siempre: el par mirará a otro lado, dirá que soy desordenado o, simplemente, será soez en sus respuestas. Poco importa el papel que desempeñe todo esto en la divulgación ante la calidad del mundo académico actual.









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