El síndrome de Wendy es un vicio que tienen muchos adultos, consiste en obligar al niño a que sea aún más inocente e indefenso de lo que es realmente. El síndrome de Wendy es una forma de llamar a la condescendencia patológica, o a la perversión del síndrome de Peter Pan proyectado en terceros, y que, como se debe suponer, no describe la pulsión que provoca el síndrome, sino que simplemente pone de manifiesto el que se da ese preocupante comportamiento.
Es decir, en el síndrome de Peter Pan se nos dice que el sujeto quiere seguir siendo niño, hay como una muestra implícita de la naturaleza del síndrome en su apetencia. Sin embargo en el caso del síndrome Wendy no se observa claramente de dónde proviene esa condescendencia porque la víctima es otro. Es decir, tan pronto como podríamos seguir analizando de dónde proviene el síndrome de Peter Pan, observamos que el de Wendy podría ser una proyección del propio síndrome de Peter Pan sobre terceros, una perversión de pederastria insatisfecha sobre su víctima, una perversión sádica de ostentar alguna clase de poder sobre sus víctimas o una combinación enfermiza de los anteriores mezclada con un incontinente instinto paternal inapropiado.
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Marx nos habló de la consciencia de clase, y muchos nos lo preguntamos: ¿eso para qué? Hace falta hacer un ejercicio pragmático de para qué sirve esa clase de conceptos. Al fin y al cabo la socialdemocracia se reinventa gracias a revisionismos del marxismo, y son los principios de ese revisionismo, propuestos por Bernstein:
1. El marxismo no es puramente materialista ni puramente económico.
2. En la historia no actúan exclusivamente fuerzas económicas.
3. La teoría de la plusvalía es demasiado simplista y abstracta.
4. La lucha de clases, de existir, no se da exclusivamente entre capitalistas y proletarios, sino también entre ellos.
5. La paz social se consigue gracias a partidos políticos y sindicatos.
Si hacemos un filtro de cuál es la idea de democracia de Bernstein nos damos cuenta de que nos sobran solo el 1 y el 3. Y así es como queda definida la socialdemocracia: los principios no se rigen por fuerzas económicas exclusivamente, se debe reconocer la existencia de diversos grupos y facciones más allá de quiénes sean los propietarios de la fuerza del trabajo y, la guinda del pastel, los principios deben ser sujetos a la financiación de quienes mueven las deudas.
La socialdemocracia, inicialmente, se sostiene en un muñeco de paja, que es la identidad cultural comprada por intereses políticos o sindicales - y que va más allá de lo económico. Con las mismas intentan despistarnos sobre quiénes tienen el capital y que quienes conforman un colectivo que defiendan nuestros derechos están sometidos a quienes hacen capital de su deuda. Y es que los grupos sindicales que no entran en el juego de la deuda no consiguen hacer suficiente propaganda, y si entran en el juego de la deuda las condiciones que la condonen estarán a favor de los de siempre, los tenedores de deuda.
Por otro lado, es de sentido común que la democracia no tiene como problema exclusivamente lo económico. Sin embargo, no es difícil darse cuenta que justo lo que no tiene nada que ver con lo económico tiene que ver con la estructura, la constitución del país. Por lo que suena sospechoso que los ciudadanos puedan participar de aspectos que trascienden a lo económico, hasta el punto de suponer un problema social..., en vez de referendar una sola vez cómo quieren marcar las reglas del juego.
Esto nos debe servir de anticipo que algo huele mal en Dinamarca...
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Cuando varias personas se agrupan como un colectivo existen cuatro motivaciones: puede ser un grupo comunitario (familias y amigos), puede ser un grupo jerarquizado (basado en la cadena de mando, como los militares y médicos de urgencias), puede ser un grupo social (basado en relaciones horizontales, como empresario y empleado, o socios de una asociación) y, finalmente, puede ser un colectivo producto por un incidente que les sea ajeno (como víctimas del terrorismo, de un huracán, etc).
Estos colectivos poseen una dialéctica con respecto al resto de la sociedad que ayude a comprender cómo afrontar los retos sociales que permitan confeccionar de la manera más justa el pacto social. Así, si estructuralmente deben tomarse en cuenta según qué instituciones, junto con sus leyes, también toca reevaluar las partidas presupuestadas y estudiar cómo se han ejecutado con un poder vinculante a modo de denuncia.
La socialdemocracia ofrece muchas excusas para que el poder no tenga que rendir cuentas por casi nada, para convertir en papel mojado todo lo que sea persistente, y se ignora todos los problemas. Sin ir más lejos, el marxismo apareció porque los jueces seguían interpretando la ley como si los trabajadores no fueran seres humanos. Tan pronto como que cada vez se defiende mejor a una persona en la calle, a la hora de trabajar el señor juez no lo considera persona: da la impresión de que el código penal agacha la cabeza ante los entes jurídicos, cuando debería de actuar contra las personas que se escudan en ellos. En definitiva, se sindican porque saben que la fiscalía no actúa - incluso el jurista se ríe por la inocencia de la idea... Tal vez lo que no necesitemos es ese tipo de cátedra en los juristas.
Cuando la clase proletaria empieza a ser atacada por los diversos empresarios habría que empezar a plantearse qué tipo de colectivo es el que conforman tanto los empresarios como la clase proletaria. Para empezar los empresarios no conforman ningún colectivo, por lo que los distintos proletarios adquieren problemas de distinta naturaleza. En común es posible que tengan que afrontar retos comunes, y de ahí conformarán un colectivo arbitrario. Esto quiere decir que deberían de dirigirse al estado para que se regulen los desequilibrios y así conformar una estructura legal que dé cobertura jurídica a la relación horizontal entre trabajador y empresario.
Uno de los aspectos que no comprendo de muchos comunistas es que no toman en cuenta dentro de la plusvalía el coste por el riesgo ante un cambio de mercado, el coste de inversión. Los riesgos, si el empresario no lo asume, entonces comprendo que la fórmula estaría completa - pero si se considera que la inversión proviene del capital del empresario entonces la plusvalía no es tan generosa. En este sentido hay que ser más realistas.
Por esa misma regla de tres, bajo una comunicación basada en cliente-servidor el empresario le dice al empleado qué quiere, y el empleado se encarga de llevarlo a cabo. Si el empresario estuviera siempre encima del empleado diciéndole cómo hacer las cosas entonces al final lo normal es despedir a ese empleado. A muchos empresarios les gusta jugar a ser los papis de sus empleados, para así tener una buena excusa de despedirlos y que no sumen antigüedad..., no sé qué les mueven hacer lo que hacen para describir ese síndrome de Wendy, pero esto mismo sucede en la propia clase política, así como en los tecnócratas que son los propios juristas.
La clase proletaria no tiene por objeto dirigirse contra los propietarios del capital, pues con ellos deberían de tener de manera heterogénea una relación horizontal, sino con la clase indecente que controla el lenguaje jurídico. Al fin y al cabo, si hubiera cambios significativos y no supone un cambio radical a la hora de leer las leyes entonces será una revolución para nada - porque los problemas individuales se habrán colectivizado, con el riesgo que supone que los derechos humanos sean considerados meros liendres para el Leviatán.
Nos han querido desviar la atención: cuando se agredía a un trabajador el fiscal lo consideraba una relación consentida. Sobran esa clase de contradicciones.
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